Tome nota.

No, no, no. No es que todo vuelve, solo que lo aparejamos con lo que conocemos. Pareciera obligatorio hacer de lo nuevo, viejo - nuevo por intermedio de las características observables que selectivamente percibimos, reconocidas en fenómenos anteriores. En al menos una dimensión constitutiva, cualquier cosa puede parecerse a cualquier cosa (eso lo sabemos). Todas las películas son iguales porque están enmarcadas en la misma pantalla y porque introducen al menos una unidad humana, humanoide o humanizada. Esos son los elementos para el eterno retorno que quisimos observar y nos perdimos la película entera. Fíjese que se hizo fama de buen orador el que ante un tópico global que apenas roza su competencia, encarrila la conversación hacia ese pobre, y a veces superfluo, conocimiento sobre el que puede declarar. El vacío no se nos hace seductor, entonces lo llenamos de cuanta categoría conocemos. Descubrimos, ergo compactamos, ergo envasamos y rotulamos, para arrojar al depósito inservible de la taxonomía, al silo húmedo del conocimiento consensuado. Si los conceptos se mueven, entonces, se mueven muy lento. El hombre afortunado sólo atravesará crisis en su vida,  y el que no lo sea, morirá confiando su lógica - mundo al geocentrismo o al laissez faire. ¡Cuántos escuché con la perorata tan gastada que el interrogante se les hace ingente, hiperbólico e incluso, con esas dimensiones, no lo ven o no lo quieren ver! ¿Y ud. sabe por qué ocurre todo esto? Por cobardía. Porque no hay suficiente valor para decir: "No caballero, no tengo la más puta idea de lo que Ud. me está hablando!"; "Le juro que jamás he visto algo así en mi vida!"; "Me resulta tan nuevo que no me alcanzan los fonemas para nombrarlo!"
¿Ha notado?
- No señor, ni siquiera atiné a tomar la lapicera.

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